Quiebra la oscuridad de la habitación un tenue rayo de luz colándose por la rendija de la persiana y acierta a dibujar en la pared la sombra difusa de tu cuerpo y el mío que juegan a amarse sobre una cama de sábanas blancas.
El rojo de mis labios de rinde al elixir de tus besos, que embriaga mi mente, mi alma. Jubilosa tu lengua, reescribe en la mía los versos de amor que quedaron en su punta sin ser pronunciados; a la espera, tal vez, del momento que jamás llega.
Mis manos dibujan en tu espalda el más bello lienzo donde el amor haya sido retratado, cual pinceles empuñados por algún célebre pintor. Mientras mis dedos recorren cada centímetro de tu piel con excelsa suavidad; se derriten en tu cuello mis labios, enardeciéndote de placer.
Arribados por un cadente oleaje de caricias y abrazos, nuestros cuerpos yacen, en el lecho, ansiosos de lujuriosa pasión. Te sientas a horcajadas sobre mí, abriendo ante mí la flor del deseo. Sediento de ti, ahogo el anhelo entre sus pétalos y bebo del lascivo rocío que la humedece, embriagándome del sabor de tus entrañas.
Una vez saciada mi sed, tus tiernas manos se apoderan de todo mi ser. Comienzan su andadura en las nalgas, ascendiendo sin prisas por la espalda, hasta el cuello. Se detienen tus manos en mis labios empapados en la miel de tu sexo; del mismo modo que el poeta carga su pluma en el tintero para escribir sus mejores sonetos de amor, bañas tus dedos en mi boca y emprenden un camino descendente derramando versos etéreos sobre mi torso. A su paso, deja un reguero de vellos erizados que estremecen con tu tacto.
Irremediablemente, pausan tus manos en mi ardiente y erecto sexo, ávido de gozo. Sienten tus manos sus propios latidos; a su son, lo acaricias vigorosamente, lo besas y lo introduces en tu boca para beber de él, el elixir del deseo; mientras tu lengua provoca en mí, una inmensa sensación de placer.
Saciados ambos, entrego mi cuerpo al vaivén de tus caderas que enérgicamente cabalgan sobre mí. Tu sexo y el mío se funden en uno solo... al ritmo de nuestras ansias, al fuego de nuestras almas.
En un derroche de fantasías y sueños, hacemos el amor hasta que nuestros cuerpos aguanten.
Datrebil
El rojo de mis labios de rinde al elixir de tus besos, que embriaga mi mente, mi alma. Jubilosa tu lengua, reescribe en la mía los versos de amor que quedaron en su punta sin ser pronunciados; a la espera, tal vez, del momento que jamás llega.
Mis manos dibujan en tu espalda el más bello lienzo donde el amor haya sido retratado, cual pinceles empuñados por algún célebre pintor. Mientras mis dedos recorren cada centímetro de tu piel con excelsa suavidad; se derriten en tu cuello mis labios, enardeciéndote de placer.
Arribados por un cadente oleaje de caricias y abrazos, nuestros cuerpos yacen, en el lecho, ansiosos de lujuriosa pasión. Te sientas a horcajadas sobre mí, abriendo ante mí la flor del deseo. Sediento de ti, ahogo el anhelo entre sus pétalos y bebo del lascivo rocío que la humedece, embriagándome del sabor de tus entrañas.
Una vez saciada mi sed, tus tiernas manos se apoderan de todo mi ser. Comienzan su andadura en las nalgas, ascendiendo sin prisas por la espalda, hasta el cuello. Se detienen tus manos en mis labios empapados en la miel de tu sexo; del mismo modo que el poeta carga su pluma en el tintero para escribir sus mejores sonetos de amor, bañas tus dedos en mi boca y emprenden un camino descendente derramando versos etéreos sobre mi torso. A su paso, deja un reguero de vellos erizados que estremecen con tu tacto.
Irremediablemente, pausan tus manos en mi ardiente y erecto sexo, ávido de gozo. Sienten tus manos sus propios latidos; a su son, lo acaricias vigorosamente, lo besas y lo introduces en tu boca para beber de él, el elixir del deseo; mientras tu lengua provoca en mí, una inmensa sensación de placer.
Saciados ambos, entrego mi cuerpo al vaivén de tus caderas que enérgicamente cabalgan sobre mí. Tu sexo y el mío se funden en uno solo... al ritmo de nuestras ansias, al fuego de nuestras almas.
En un derroche de fantasías y sueños, hacemos el amor hasta que nuestros cuerpos aguanten.
Datrebil